La cruda realidad
Por la noche oscura de aquel viejo callejón donde solo había soledad y la sinfonía de las ratas jugando en los contenedores con latas de conserva que alguien consumió en tiempos mejores, pasó ella con su llamativo pelo desgastado de estar recogiendo basura por el vertedero municipal, ya no brillaba como antes, pero seguía siendo una larga melena que gritaba rebeldía, encerrada bajo un lazo rojo que le regaló su madre a los 14 años. Con su ropa desgastada por los golpes de la vida y de vivir arrodillada para pedir perdón a Dios o para pedir comida a otros hombres. Brillaban sus labios, ensangrentados, porque era incapaz de limpiárselos. Las nubes se expandían en medio del silencio de media noche. Se encontró con él, otra vez, preparado para darle su dosis de alegría que la hiciera olvidar la realidad. Esta vez no fue el polvo blanco lo que la mataba, sino el frio acero de la pistola con la que besó sus labios.
Alberto Marín Martínez. P.C.P.I